sábado, 22 de diciembre de 2007

¿Qué es la Teoría Arqueológica?

Durante nuestra edad escolar ante el desafió de realizar un trabajo de investigación en alguna asignatura, se nos planteaban una serie de elementos que permitían estructurar y darle coherencia a nuestras interpretaciones. Entre aquellos elementos, uno de los mas comunes de hallar era siempre el nunca bien ponderado “marco teórico”, ¿Qué es el marco teórico? Nos preguntábamos por aquel entonces aquellos que solo acostumbrábamos a estructurar un trabajo en torno a los 3 elementos básicos: introducción, desarrollo y conclusión.

Nuestra siempre amable profesora al escuchar nuestra inquietud procedía a explicarnos que el marco teórico consistía en todos aquellos aspectos que construían el marco global que sustentaba nuestras hipótesis sobre los temas a tratar y que en resumen no era mas que adherir a un determinado autor para poder justificar los datos que observábamos.

La situación anterior constituye como ejemplo, uno de los acercamientos más comunes al término de interés en esta exposición, la “teoría”. La teoría, en esencia, constituye algo muy similar al marco teórico pues ambos intentan llegar a la misma idea, sin embar la “teoría” es mucho más que nuestra adherencia a los postulados de un autor. Para acércanos de manera explicativa al concepto, parece interesante entonces analizarlo desde sus acepciones en el sentido común hasta las implicadas dentro de una investigación o una actividad científica.

Entrando en materia, es muy común que cuando hablamos sobre el concepto teoría de ante mano se establezcamos una distinción o limite frente a otro concepto, la práctica. Desde pequeños concebimos la teoría como algo separado de la actividad practica en tanto esta ultima es concebida como una experiencia resultante de nuestro acercamiento al mundo exterior en base a nuestros sentidos y la primera como un aspecto ideal, es decir, como un producto de nuestras reflexiones o abstracciones de fenómenos que hemos visto con regularidad, los que por medio de la teoría adquieren un “sentido” para comprenderlos a cabalidad o como fenómenos que van más allá del mero hecho, en otras palabras, nos permite trascender de su mera descripción hacia una posición explicativa. Es importante aquí la referencia hecha al concepto de “sentido”, pues justamente de este concepto se desprende lo que comúnmente se entiende por teoría, en definitiva, constituye una suerte de manto cobertor en el cual se insertan los hechos y desde el cual nos es posible explicar los fenómenos, articularlos en base a las categorías que rigen nuestro modo de conocer y lo que concebimos como realidad. En base a esto, la forma mas común de saldar el abismo que nos plantea la teoría y practica, es plantear que existe una relación directa entre ellos en el proceso de conocer y que la realidad no es mas que el mundo exterior que podemos ver, oler, tocar, sentir, etc.

La anterior descripción es en términos generales lo que desde la filosofía se entiende por empirismo y es una manera de dar solución a un problema central dentro de la teoría. Este se articula en base a tres conceptos que desde diferentes posiciones, una de ellas el empirismo, han sido relacionados y caracterizados. Estos conceptos son la gneoseología (o epistemología), que aborda el problema de la teoría del conocimiento, la ontología, que aborda el problema de la teoría de la realidad y la lógica, que aborda el problema de la metodología (Bate 1989).

Debemos señalar, a partir de este problema, que no existe una forma única de asumir la forma en que conocemos y como es la realidad. Ejemplo claro de esto hay muchos, vasta solo remitirnos un par de siglos atrás y entender por ejemplo como durante el feudalismo toda forma de conocer y de realidad se construía en base a los libros sagrados escritos por los discípulos de Jesús, compilados en la Biblia. Esto nos muestra que la realidad no siempre ha sido concebida desde los marcos explicativos contemporáneos o desde la ciencia, e incluso podremos ir mas allá y decir que desde la ciencia física y química actual sabemos que entidades como la materia que podemos “experenciar” en el mundo exterior, es una entidad compuesta por átomos y energía que nos son imposibles de percibir por los sentidos en su esencia y por lo tanto escapan a las capacidades primarias que nos entregan estos, matizando en parte, lo que entendemos desde el sentido común.

Pareciera ser luego de esto, que nos enfrentamos ante un concepto de teoría que no esta exento de problemas y que desde el sentido común resulta un tanto ambiguo. Sin ir mas allá, bajo el término de teoría se engloban diferentes escalas de aseveraciones que van desde corazonadas que intentan interpretar un determinado fenómeno hasta supuestos que enuncian la producción de problemas sustantivos.

En base a estos planteamientos y para intentar acercarnos a una concepción de la teoría que trascienda el sentido común abordándolo dentro de una investigación científica, debemos dar un paso adelante y señalar la teoría en los términos que hemos descrito constituye antes que nada “un conjunto de supuestos que orientan la producción de teorías sustantivas” (Gandara 1993: 6). Entonces surge la pregunta ¿Qué son las teorías sustantivas? Para responder nos ayudamos de un arqueólogo llamado Manuel Gandara (1993) que define una teoría sustantiva como:

· Un conjunto de enunciados, sistemáticamente relacionados: Esto es que las aseveraciones planteadas se encuentren en una coherencia interna que no implique contradicciones entre ellas.
· Que incluye cuando menos un principio general tipo ley: Esto es que contiene al menos un enunciado en el cual se establecer relaciones causales entre palabras
· Que es refutable en principio: Es decir que se acepta que en realidad no es posible confirmar teorías, sino refutarlas.
· Que se propone para explicar/comprender un fenómeno o proceso.

A modo de ejemplo un tipo de teoría sustantiva bastante común podría ser la teoría marxista del valor. Como veremos, estas teorías guardan una relación estrecha con los contenidos específicos y teóricos experimentados en una investigación particular, compartiendo elementos comunes dentro de una teoría mayor.

Luego de esto, cabe preguntarnos ¿En que se diferencian sustancialmente una teoría en general de una teoría sustantiva además de la diferencia de escala? Para responder de manera detallada volveremos a ayudarnos del mismo arqueólogo, Manuel Gandara (1993), y diremos que una teoría o “posición teórica” lo define el, implica: “Un conjunto de supuestos valorativos, ontologicos y espitemologico-metodologico, que guían el trabajo de una comunidad académica particular, y que permiten la generación y el desarrollo de teorías sustantivas. Algunas teorías sustantivas cumplen un papel especial en la socialización de nuevos miembros de la comunidad, al ser considerada como ejemplos a seguir al aplicar la posición teórica” (Gandara 1993: 8).

A continuación describiremos brevemente las tres áreas principales de una posición teórica:
· El área valorativa: donde se define el ¿para que? y los problemas deben ser considerados relevantes, jerarquizándolos y formulando principios que han de guiar el conjunto de la investigación, en torno a lo que se debe o no hacer para dar solución al fenómeno en cuestión. En resumen define el objetivo cognitivo de la posición en tanto descripción, explicación y comprensión, asociándolo de paso a una metodología particular (Gandara 1993).
· El área ontológica: determina que es lo que se estudia y abarca los supuestos sobre como es la realidad a estudiar. Implica un acto de fe en cuestiones tan triviales pero de gran importancia como si la realidad es material, ideal, en si misma, etc. Además se sentarse en esta área los supuestos de causalidad y probabilidad, entre otros problemas de la metafísica (Gandara 1993).
· El área espitemologico-metodologica: donde se propone el como debe estudiarse aquello que se definió en el área ontologica. Se encuentran supuestos y propuestas tanto sobre el proceso de conocimiento en general como la noción y criterio de verdad, el criterio de demarcación y método. Además de la lógica de evaluación de la teoría.

Como vimos ya resolvimos en parte el problema del concepto de “teoría”. Debemos decir, volviendo a nuestra analogía del manto, que la elección de alguno dependerá en parte de un acto de fe sobre cual de estos es el más adecuado. Sobre esto, muchas veces las dimensiones histórica y social inciden el tipo de manto que se elige comúnmente desde el sentido común o en una comunidad científica como viene señalando hace bastante tiempo la posición historicista de la filosofía.
Con el problema de la teoría resuelto en parte, podemos pasar a revisar lo que esta implica dentro de arqueología y como esta se relaciona con la idea de prehistoria que los arqueólogos construimos, así como con el modelo de ciencia y de conocimiento que tenemos.

Bibliografía.

Bate, L. F. 1989 Notas sobre el materialismo histórico en el proceso de investigación arqueológica. Boletín de antropología americana 19: 5-27.

Gandara, M. 1993 El análisis de posiciones teóricas: aplicaciones a la arqueología social. Boletín de antropología americana 27: 5-20.

Relación entre teoría arqueológica y la construcción de la prehistoria.

Cuando nos imaginamos a los arqueólogos trabajando en una investigación, inmediatamente se nos viene a la cabeza situarlos en una excavación estudiando fragmentos cerámicos, puntas de flecha, huesos y otras cosas extraídas de esta misma. Muchos se preguntaran ¿Como es posible que mediante ese tipo de elementos, el arqueólogo pueda interpretar la prehistoria (si es que creemos que lo hacen) siendo en definitiva no nos dicen nada sobre como las sociedades prehistóricas vivían en su cotidianidad? Si bien esta imagen no un fiel reflejo de la realidad, presenta en gran parte de los objetivos y problemas a los que se enfrenta un arqueólogo en su trabajo diario. Desprendiendo algunas implicancias de nuestra presentación, entendemos que si bien los elementos que encontramos en una excavación, o mejor dicho, el registro arqueológico como totalidad, es antes un fenómeno contemporáneo y muchos de sus elementos son producto de la actividad humana por lo que constituyen un registro espacial y temporal de cierta actividades del hombre.

Sin embargo, al insertarnos en este debate nos hemos saltado una discusión anterior que para muchos pudiera ser escolástica e infructífera, pero para nosotros, es trascendental a la hora de evaluar los productos de nuestras interpretaciones. Nos referimos al problema de los objetivos de investigación y por tanto de la teoría arqueología y de la arqueología como ciencia, a continuación abordaremos uno de ellos, el problema de la teoría arqueológica en la construcción de la prehistoria.

Como mencionamos en la exposición anterior, la teoría o posición teórica, constituye en términos generales los supuestos y propuestas que orientan la producción de teorías sustantivas (Gandara 1993). Esto resulta esclarecedor por un lado, pero por otro nos plantea la interrogante en torno a como se muestra la teoría en un campo científico particular como lo es la arqueología. Como punto de partida, diremos que la forma expuesta de concebir la arqueología, es en términos simplificados una de las posiciones teóricas fuertes en la actualidad. Esto, porque de partida plantea que el objetivo de la arqueología es reconstruir la cotidianidad de las sociedades prehistóricas en base al registro arqueológico.

Esta noción de la arqueología fue producto de un momento dentro del pensamiento arqueológico en donde se paso desde una actividad descriptiva de las materialidades utilizadas por una determinada cultura arqueológica hacia una labor mucho mas explicativa de los procesos que dan origen a esta materialidad y de paso presentar una visión global de la cotidianidad de las sociedades prehistóricas.

Como vemos esta noción no fue siempre la dominante en la arqueología y solo fue establecida a partir del surgimiento de una posición teórica conocida como la arqueología “procesual” o “nueva arqueolgía” (Gandara 1981). Antes de ella, la actividad arqueología se reducía por un lado a ubicar las materialidades de acuerdo a una modelo de etapas homoxtaciales conocido como evolucionismo, que de acuerdo a una organización tecnológica de los materiales que partía de los mas simple a lo mas complejo, presentaba a la prehistoria como parte de un desarrollo unilineal a lo largo de tres edades: salvajismo, barbarie y civilización (Alcina 1989); o bien bajo concepto de cultura arqueológica de definiendo a las sociedades materialmente en base a sus artefactos ubicaba las culturas dentro de una cronología y espacio determinado, posición teórica conocida como arqueología histórico cultural.
Por lo tanto hemos visto que de acuerdo a la posición teórica que se asuma, la noción de prehistoria o de cómo reconstruir esta va cambiando de manera sustancial. En base a ello es posible concebir la importancia de la teoría arqueológica a la hora de acercarnos a una reconstrucción de la prehistoria. Sin ella, nos seria imposible abordar desde un marco explicativo la evidencia que hallamos en las excavaciones, ni tampoco, presentarla como un conocimiento necesario.

En base a esto desprendemos una de las primeras implicaciones importantes la teoría arqueológica, es que permite darle importancia a nuestro trabajo, de porque es necesaria para la sociedad contemporánea y con ello permitirle su desarrollo. El pasado desde el sentido común pareciera ser importante solo en base a que es parte de la historia de la humanidad y por tanto necesario para situarnos en el mundo. Sin el, nos costaría significar la realidad contemporánea y además reflexionar sobre hacia donde se orienta la humanidad o el futuro de nosotros mismos. En base a esto la arqueología puede reconstruir generalizaciones interculturales acerca de procesos culturales de largo alcance (Johnson 2000) y de es manera a la vez servir como un elemento de revolución cultural en tanto permite desnaturalizar a las sociedades de ideologías represivas o formas de situarse en la realidad, descubriéndolas en su manifestación real y con ello permitiéndonos analizar su carácter nocivo (Johnson 2000).

Otra reflexión importante en cuanto a la importancia de la teoría arqueológica en la practica arqueológica, es que necesitamos “evaluar una interpretación del pasado con otra para decidir cual es mas sólida” (Johnson 2000: 19). Sin lugar a dudas que si una de las importancias de nuestra actividad se estructura en base a la construcción de un conocimiento, es necesario distinguir entre buenas y malas interpretaciones del pasado. Esto partiendo de la base que pueden existir muchos acercamientos para explicar el fenómeno cultural en las sociedades prehistóricas, ejemplos claros son por ejemplo la multiplicidad de visiones que existen en torno a las pirámides de Egipto. Debemos establecer por ejemplo si estas manifestaciones constituyen producto de actividades humanas u obras de alienígenas que se esconden en la corteza terrestre, por lo que es importante trascender del mero sentido común y permitir a la sociedad tomar una posición que no obvie los planteamientos que la ciencia arqueológica entrega en base al pasado. Solo así podremos contribuir a la existencia de un conocimiento adecuado sobre nuestro pasado que entregue herramientas importantes a la construcción del presente.

Finalmente debemos decir que en nuestra actividad científica, debe ser muy concientes y explícitos sobre nuestras razones y prejuicios establecidos de acuerdo a nuestra posición teórica. Es muy común observar dentro de la actividad científica una actitud solapada que pretenden obviar las implicaciones éticas, morales y políticas que trastocan su labor como científicos (Johnson 2000). Esto parece no dar cuenta de la importancia que la ciencia tiene en la actualidad como criterio de verdad que juega un rol fundamental a la hora de discernir sobre la conveniencias de muchas de las acciones que dentro de la sociedad se ejercen, la ciencia hoy por hoy se establece como criterio de autoridad que puede ser utilizado de manera nociva o constructiva para la sociedad, pues como dijimos anteriormente opera muchas veces como guía de acción y por tanto nos plantea una responsabilidad ante nuestros actos. En este sentido, presentarnos como sujetos ateóricos implica de por si ocultar el examen critico hacia los postulados que elaboramos como arqueólogos. Si como dijimos anteriormente somos conciente de nuestro rol en torno a la construcción del conocimiento no podemos asumir una postura voluntarista y plantear que nuestros postulados no implican prejuicios y sesgos propios. La anterior exposición sobre la teoría muestra con claridad que en el proceso de investigación se asumen determinados postulados y concepciones de la realidad que antes que nada, es tan basadas en actos de fe y por tanto no están exentos de cuestionamientos. Solo así podremos ser un aporte verdadero hacia la sociedad, permitiéndole a esta discernir sobre cual es o no una posición correcta sobre un determinado fenómeno, preocupándonos a la vez de establecer canales de difusión adecuados que permitan democratizar el conocimiento generado y así “acortar la brecha entre investigadores y ciudadanos que no pueden dedicarse a ello y que se limitan por tanto a financiar nuestras investigaciones con sus impuestos” (Mena 2002:4)

Bibliografía.

Alcina, J. 1989 Arqueología como antropología. Ediciones AKAL S.A., Madrid

Bate, L. F. 1989 Notas sobre el materialismo histórico en el proceso de investigación arqueológica. Boletín de antropología americana 19: 5-27.

Gandara, M. 1993 El análisis de posiciones teóricas: aplicaciones a la arqueología social. Boletín de antropología americana 27: 5-20.

1981 La Vieja nueva Arqueología. Boletín de Antropología Americana 2: 7-45.

Johnson, M. 2000 Teoria arqueologica una introduccion. Ediciones AKAL S.A, Madrid.
Mena, F. 2002. La arqueología en la época de las comunidades mediáticas: El caso del poblamiento Americano. Revista Werken Nº 3: 4.

Modelo de Ciencia, modelo de conocimiento y modelo de realidad ¿Como abordar estos conceptos en nuestra actividad profesional?

En las exposiciones anteriores de la teoría y la práctica arqueológica, elaboramos un primer acercamiento a los problemas propios de la actividad científica y de las implicancias de la teoría en este mismo sentido. Sin embargo, hemos dejado de lado en ese debate, abordar la articulación de cada una de ellas en base a nuestra actividad practica, es decir, cual es la salida que planteamos nosotros ante los desafíos planteados anteriormente.
Para comenzar podemos decir que el modelo de ciencia, conocimiento y realidad se constituyen en base a las mismas condiciones que planteamos para la teoría en general. Sin embargo hay un concepto sobre el que parece necesario profundizar y es de la ciencia.
En relación a esto surge la pregunta ¿Qué es la ciencia? Y entonces la forma más común de responder a esta pregunta es que constituye una forma de conocer el mundo. Esto porque desde sus orígenes el ser humano ha intentado explicar los mecanismos que conducen tanto su mundo interno como externo, con el deseo de obtener las explicaciones que subyacen a todos fenómenos que ocurren. Numerosas han sido las interpretaciones que se han dado a lo largo de todas nuestra historia a todo aquellos fenómenos que nos sorprenden y que tenemos la necesidad de explicar respecto de todo lo que nos rodea y lo que somos.
Esto no ha sido un camino corto, la ciencia vino a romper con muchos años de explicación metafísica de la realidad, y en el cual se entrega al hombre la herramienta básica para poder reconstruir desde sus reflexiones, las explicaciones que necesita. Es así como este método científico penetra el área de la naturaleza y poco a poco, ha otra esfera del conocimiento como es la sociedad, partiendo de la base de que es posible conocer.
La explicación científica puede ser simplificada en relacion a la estructura establecida entre el patrón a ser explicado “explanandum” y a las circunstancias que se cree, explican el evento, “explanans” (Little 2000). De esta premisa inicial surgen preguntas en relación a este razonamiento las cuales toman forma de preguntas “porque-necesarias” y preguntas “como-posible”(Little 200).
Las preguntas “porque-necesarias” nos muestran un evento, regularidad o proceso; necesario o predecible en las circunstancias (Little 200). Para ello identifican las condiciones iniciales y los procesos causales que determinan el explanandum, en otras palabras, identifican las condiciones suficientes para que un evento ocurra. Sin embargo, no se puede ser tan reduccionistas y homologar por ejemplo este razonamiento a las explicaciones de los fenómenos sociales, ya que la mayoría de las veces solo se puede establecer que determinadas circunstancias aumentan la posibilidad de un explanandum. Muchas veces la preguntas porque-necesarias toman la forma de explicaciones causales, aunque otras veces la de explicaciones basadas en las motivaciones del agente o explicaciones funcionales.
Otro tipo de explicación toma la forma de la pregunta “como-posible”. Generalmente estas preguntas conciernen al comportamiento de sistemas complejos, relacionadas a la demanda de explicaciones funcionales de partes del sistema (Little 2000).
La estructura lógica de una explicación científica, esta basada en el modelo de ley cubriente que nos remite a la idea de que un evento dado o una regularidad, puede ser introducido bajo una o más leyes generales (Little 200). Esto quiere decir que comprendemos un fenómeno o regularidad una vez que vemos como estas se derivan de regularidades mas profundas de la naturaleza o en otras palabras, que el evento o regularidad no es accidental sino que mas bien se deriva de algunas leyes mas básicas que regulan el fenómeno.
Esto ha sido desarrollado bajo la forma de la explicación deductiva-nomenologica (D-N), donde una explicación es un argumento deductivo y sus premisas incluyen una o más leyes generales testeables y uno o más enunciados de hecho testeables. Así la explicación científica consiste en un conjunto de enunciados que afirman la ocurrencia de ciertos fenómenos en un tiempo y lugares determinados.
Sin embargo no todas las explicaciones científicas dependen de generalizaciones universales, algunas leyes científicas son estadísticas antes que universales, por lo que el modelo D-N ha sido adaptado para cubrir explicaciones que involucran el primer tipo de leyes. El modelo inductivo estadístico (I-E), describe una explicación estadística como consistente de una o más generalizaciones estadísticas. La forma de argumento acá es otra, en vez del argumento deductivo en el cual la verdad de las premisas garantiza la verdad de la conclusión, el argumento I-E solamente transmite apoyo inductivo o probabilistico al explanandum (Little 2000).
Para algunos autores incluso esta visión no es lo suficientemente completa pues muchas explicaciones estadísticas de un evento ni siquiera llevan a la conclusión de que el evento seria probable en esas circunstancias solamente que, a la luz de las circunstancias, seria más probable que en el caso de que dichas circunstancias hubiesen estado ausentes.
Los cientistas sociales comúnmente distinguen entre explicación empírica y teórica. Esta distinción sin embargo no esta bien establecida puesto que las explicaciones teóricas, si es que en algún sentido son buenas, deben ser empíricamente sustentables. Pero esta distinción es verdadera y se puede caracterizar como explicación deductiva e inductiva, en el sentido que una explicación inductiva busca incorporar el evento bajo alguna regularidad empírica previamente establecida y la explicación deductiva involucra derivar una descripción del evento a partir de hipótesis teóricas acerca del proceso que lo produjo (Little 200).
En base a tal distinción parece necesario volver sobre un tema que habíamos dejado de lado y que era la articulación de tres conceptos que desde diferentes posiciones han sido relacionados y caracterizados: la gnoseología, la ontología y la metodología.
Esto por que para describir nuestra posición en torno a la articulación del modelo de ciencia, de conocimiento y de realidad es necesario justificar nuestra posición en cada una de estas esferas. Podemos decir antes de nuestro análisis posterior que nuestra posición teórica, se desglosa en base a los planteamientos del materialismo histórico y a la vez, en los postulados formulados desde la “arqueología social latinoamericana”. En este sentido, parece necesario realizar una caracterización de relación que se establece dentro del materialismo histórico entre teoría y método para poder acercarnos a como se expresa esto en nuestra actividad arqueológica
Como punto de partida señalaremos que entendemos que finalidad de toda investigación científica es “generar un nuevo conocimiento, que refleje la realidad concreta de la manera mas objetiva posible” (Bate 1989: 7).Esto porque el materialismo histórico al igual que como lo plantea Bate (1989) constituye el fundamento científico de una posición ideológica y política que busca la transformación de la realidad a través de la praxis, lo que requiere del conocimiento preciso de la realidad.
Esto implica que desde el materialismo se postula “una solución unitaria a los problemas de la gnoseología, la ontologia y la metodología” (Bate 1989: 7)
Así el problema de la gnoseología es abordado desde una perspectiva materialista de la objetividad que implica la existencia de una realidad externa independiente de la conciencia o de cómo esta es conocida y de paso la prioridad de la teoría de la realidad sobre el método de investigación
En este sentido tal cual como plantea Bate (1989) no podemos plantearnos conocer si carecemos de toda noción sobre el objeto de conocimiento. Es por ello que la práctica se transforma en el origen del conocimiento y se define como la actividad deliberada y consiente, física, mental y espiritual del hombre, surgiendo como consecuencia de la necesidad propiciada por la práctica social de ideas verdaderas acerca de las cosas. En su segunda tesis sobre Feuerbach, Marx lo decía:

“saber si el pensamiento humano puede conducir a una verdad objetiva no es una cuestión teórica sino practica. Es en la práctica donde el hombre debe probar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. La discusión sobre la realidad o irrealidad del pensamiento, aislada de la practica es puramente escolástica” (Marx y Engels 1981: 7).

En este sentido, el materialismo histórico se diferencia de otros materialismos que, creyendo ser científicos, excluyen en su interés captar la realidad a la actividad humana concreta, es decir, excluyen el elemento subjetivo:

“El principal defecto de todo materialismo anterior, incluyendo el de Feuerbach, reside en que no capta el objeto de, la realidad del mundo sensible, soplo bajo la forma de objeto o de intuición, pero no en cuanto a actividad humana concreta, en cuanto a practica, es decir de manera subjetiva. Esto explica porque el aspecto activo fue desarrollado por el idealismo en oposición al materialismo; pero solo de modo abstracto, puesto que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad concreta como tal: Feuerbach quiere objetos concretos, realmente distintos de los objetos del pensamiento; pero no concibe la actividad humana en si como actividad objetiva. Por ello considera en la “Esencia del cristianismo”, que la única actividad practica verdaderamente humana es la teórica, mientras que solo capta y define la actividad practica en su sórdida manifestación judía. Por eso no comprende la importancia de la actividad revolucionaria, de la actividad practico-critica” (Marx y Engels 1981: 7)

De esta manera, frente al modelo sensual empirista basado en la teoría del reflejo, en el cual la relación sujeto, objeto, conocimiento se realiza en un proceso en el que el sujeto es un agente pasivo-receptivo, cuyo papel se reduce a contemplar y recibir los estímulos del exterior; y también frente a su contraparte, el modelo extremadamente subjetivista que establece que en la triada sujeto, objeto, conocimiento el predominio es del sujeto, en un proceso en el que se otorga al sujeto cognoscente no solo la capacidad de captar y comprender la realidad, sino la producción de la propia realidad; el materialismo histórico postula el principio de la interacción sujeto-objeto de manera dialéctica permanente.
La teoría desde esta perspectiva, es resultado de las investigaciones precedentes y punto de partida de las nuevas investigaciones (Bate 1989). Así dentro del proceso de investigación la teoría cumple una función heurística, que “permite el planteamiento racional y sistemático de los problemas y la planificación de los procedimientos para la investigación que genere nuevos conocimientos” (Bate 1989: 8).
En base a esto parece necesario ahora reflexionar sobre lo que constituye para nosotros la arqueología como actividad profesional para desprender como son abordados esos elementos.
De acuerdo a ello entendemos que la arqueología es una disciplina de la ciencia social.
Su objeto de conocimiento son por tanto, las sociedades concretas como totalidades históricas. La totalidad en base a esto, es una herramienta teórica para la reconstrucción de una realidad social concreta; su punto de partida es la respuesta materialista y dialéctica de lo qué es la realidad; por ello debe considerarse la unidad indisoluble entre lo ontológico y lo óntico, es decir, entre la postura que asume la preeminencia de la existencia sobre la conciencia; pero a la vez considera lo existente como expresión de esa preeminencia; dicho de manera más explícita, conocer la realidad a partir de sus expresiones concretas del mundo social, de lo sencillo, de lo dado, pero en el marco de un proceso global en el cual se considera toda la riqueza y complejidad el mundo social, lo objetivo y lo subjetivo. De esto se desprende la totalidad no significa el agrupamiento de todos los aspectos, cosas y relaciones, totalidad significa realidad como un todo estructurado y dialéctico, en el cual puede ser comprendido racionalmente cualquier hecho (clases de hechos, conjunto de hechos). Sin la comprensión de que la realidad es totalidad concreta que se convierte en estructura significativa para cada hecho o conjunto de hechos, el conocimiento de la realidad concreta no pasa de ser algo místico, o la incognoscible cosa en sí.
Volviendo a la arqueología, su especificidad con otra esta sustentada en base a una particular clase de información empírica a partir del cual se infieren las caracteristicas de las sociedades en estudio. Esto son los “efectos materiales que los hombres producen y generan al realizar las diversas actividades de la vida cotidiana que presentan como conjunto, la singularidad fenoménica de la cultura” (Bate 1989: 8). Esto nos quiere decir que pese a ser producto de la actividad humana en general, los materiales adquieren particularidades de acuerdo a su cultura, lo que es evidente por ejemplo en artefactos como los fragmentos cerámicos donde una decoración particular se establece en función de esto. Debemos agregar a esto, que a partir de que el arqueólogo estudia sociedades pasadas, sus objetos han sido desvinculados de las actividades y las relaciones sociales que le dieron origen y por tanto han sido afectados por diversos y a veces complejos procesos de transformaciones (Bate 1989).
Luego de esta breve descripción de lo que entendemos por arqueología, es necesario analizar brevemente sus implicancias en cuanto al proceso de investigación abordado desde nuestra perspectiva, dando cuenta de sus implicancias ontologicas, valorativa y metodologica.
En relación al área valorativa, entendemos que nuestras motivaciones son heredadas desde el marxismo y por tanto rescatan a partir de nuestras interpretaciones el contenido de clase y su comprensión dentro de la sociedad, destacando los aspectos conflictivos que de originan dentro de ella y su transformación desde una mirada desnaturalizarte de los ordenes establecidos en una dimensión temporal y que cuya transformación es producto de las contradicciones inherentes al interior de la sociedad desglozadas en primera instancia de la relación entre las relaciones sociales de producción y los modos de producción en donde determinadas relaciones de producción se resisten a los cambios producidos por un modo de producción innovador y por tanto se establece el desarrollo de un conflicto, articulado en base a intereses de clase; y en cuanto al objetivo central del conocimiento, como mencionamos con anterioridad este constituye la explicación del desarrollo histórico de las sociedades concretas.
En relación al área ontologica entendemos lo social y por tanto a las sociedades como una totalidad jerarquizada con una eficacia causal que plantea como premisa que toda asociación humana nace y se desarrolla a partir de un motivo básico para esa asociación que es la producción de las bases materiales de la vida y en particular, la forma en que las relaciones sociales de producción se articulan en base a las formas de propiedad (Gandara 1993).
Esto abordado desde la arqueología implica asumir los objetos materiales como dinámicos y resultantes de múltiples procesos que lo transforman y lo traen al presente; requiriendo para esto una lógica de investigación que considere diferentes momentos metodológicos (Gandara 1993).
En este sentido algunos criterios importantes para analizar los procesos de producción de la información para abordar las metas propuestas por nuestra posición teórica son: “definir el tipo de actividades a las que se incorporan los contextos arqueológicos y sus componentes, las funciones que adquieren esos conjuntos actuales, las característica de los agentes que les dieron origen (posiciones y actividades sociales, ideología, conocimientos, etc.) y por ultimo las características de los contextos informativos actuales y de sus componentes” (Bate 1989: 12).
Finalmente en relación al área metodologica, una vez conocidos los procesos de génesis de los datos e información arqueológica podemos revisar las fases del proceso de investigación de las sociedades concretas en arqueología.
La primera fase se refiere a la producción de la información, esto se refiere al conjunto de procedimientos técnicos y lógicos que nos permiten la obtención del registro arqueológico que permiten la “obtención, procesamiento analítico, ordenación, descripción y comunicación de la información generada a partir de los datos arqueológicos empíricamente observables” (Bate 1989: 12). Implica con ello formular “protocolos de registro y procedimientos técnicos y analíticos que sistematicen los trabajos de campo y laboratorio, así como la creación de acervos y de procedimientos de comunicación de la información producida” (Bate 1989: 12)
La segunda fase, refiere a la definición de la cultura arqueológica y es básicamente una instancia de análisis de confiabilidad y organización de la información producida, buscando determinar el grado en que los sesgos del proceso de producción de información han implicado perdida y distorsión en el conocimiento de los atributos empíricamente observables en los objetos y contextos arqueológicos, como organizar la información arqueológica y medioambiental de la cultura arqueológica que tenga relación con su historia (Bate 1989).
La tercera fase implica la inferencia de las culturas, presentando “el conjunto de formas culturales que pudo presentar la cultura de la sociedad viva, como un sistema de contextos momentos simultáneos y sucesivos, en los cuales se desarrollaron diversas actividades involucrando objetos y condiciones materiales determinadas” (Bate 1989: 13). Es necesario por tanto abordar la historia de los contextos que intervinieron desde que sus componentes se desligaron de las actividades sociales que los originaron, tales como la acción de factores ambientales como antropicos.
Finalmente la última fase implica la explicación del desarrollo histórico concreto, en donde el objetivo es la realización de una síntesis que permita explicar la dinámica de los procesos históricos en la forma en que se concretan, abordando con ellos “las determinaciones fundamentales y generales a partir de los procesos mismos” (Bate 1989: 13)
Concluyendo nuestro análisis podemos decir que como lo hemos planteado, que es posible a partir de un modelo de ciencia particular construido en base a objetivos que intentan reconstruir una explicación que refleje la realidad del desarrollo histórico de las sociedades concretas como totalidad, es posible construir un modelo de conocimiento articulado en base a los principios del materialismo histórico en la relación entre teoría y método y con ello una posición teórica materialista histórica coherente en sus áreas valorativas, ontologicas y metodologicas que se desenvuelva dentro de la arqueología vista como ciencia que construye sus postulados a partir de un determinado tipo de información empírica como lo es un contexto arqueológico.


Bibliografía:

Bate, L. F. 1989 Notas sobre el materialismo histórico en el proceso de investigación arqueológica. Boletín de antropología americana 19: 5-27.

Gandara, M. 1993 El análisis de posiciones teóricas: aplicaciones a la arqueología social. Boletín de antropología americana 27: 5-20.

Little, D. 2000 Variedades de explicación social: Parte I. Traducido por G. Vallejos y M. Rodríguez. Publicaciones Especiales del Departamento de Filosofía, N°87, Serie documentos del grupo Cognición y Praxis, Volumen 26. Ed. Universidad de Childe, Santiago.

Marx, K y F. Engels 1981. Tesis sobre Feuerbach. En “Obras escogidas en tres tomos” ED. Progreso, Moscú, tomo I . Pp 7-10.

¿Qué es la Arqueología Social Latinoamericana?

“Arqueología Social Latinoamericana” (de ahora en adelante ASL) es una designación que se utiliza para definir a una corriente específica del pensamiento y la práctica arqueológica de este continente. Esta se desarrolló con mayor fuerza durante los años 70´s y la primera parte de la década siguiente, y aún sigue existiendo en algunos países de América Latina, sobretodo en México.

Desde su aparición hasta hoy, esta corriente se ha caracterizado, con mayor o menor éxito (como veremos en otra sección), por intentar aplicar en su investigaciones una teoría y una metodología basadas en el Materialismo histórico [Ver “Definición de términos”]. Efectivamente, ha sido sobre la base de la adopción de aquel modelo teórico, que aquella corriente se propuso desplegar el conjunto de su trabajo e interpretación científica (aunque no siempre consiguiéndolo, y ya veremos porqué). La idea era generar en Arqueología una propuesta teórica y metodológica acorde con los planteamientos del análisis filosófico e histórico marxista (Lorenzo [Coord], 1979).

Por otro lado, una de las preocupaciones fundamentales de dicha corriente fue la de buscar una conexión entre el ámbito propiamente arqueológico; es decir, el de la investigación científica del pasado y la producción de conocimiento, y el de la acción política (Tantaleán, 2004). En este sentido, la ASL se habría definido como una “Arqueología comprometida”, identificando su accionar con las importantes luchas sociales y con los procesos revolucionarios que recorrieron Latinoamérica durante las décadas 60 y 70. Según esta corriente, la Arqueología debía buscar contribuir, desde su propio campo (el de la producción de conocimiento científico acerca del pasado), con los procesos de lucha que eran protagonizados por las clases explotadas y por el conjunto de sectores oprimidos del continente durante ese periodo. En definitiva, la producción de conocimiento en Arqueología no era, para la ASL, un acto “neutral”, sino que un campo de batalla más de la lucha de clases (Oyuela-Caycedo, et al., 1997). De ahí que la crítica de la ASL hacia otras corrientes arqueológicas; por ejemplo, la que realiza en contra del Positivismo y de algunos postulados de la “Nueva Arqueología” [Ver “Definición de términos” y “Referencias”], hizo hincapié no solo en elementos teóricos y metodológicos, sino que también en la denuncia del carácter funcional (pro-capitalista) de aquella corriente, dependiente de los espacios de poder institucionales de Estados Unidos y de algunos países de Europa (Oyuela-Caycedo, et al., 1997).

Como hemos dicho, la ASL se originó hacia mediados de los años 70’s, realizando también una importante labor durante la década siguiente. En relación a esto, es importante mencionar que tanto su nacimiento, así como la evolución particular de esta corriente durante estos años, fue condicionada, por una parte, por el auge de la ideología política marxista durante las décadas 60 y 70, la cual se fortaleció al calor de la extensión de una serie de procesos revolucionarios y del impacto de la Revolución cubana. Por otra, por la llegada al gobierno de sectores políticos simpatizantes de las ideas marxistas (Oyuela-Caycedo, et al, 1997). Efectivamente, tanto el desarrollo de la lucha de clases en el continente, así como la irrupción de una serie de gobiernos de izquierda; por ejemplo, el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado en Perú, simpatizante con las ideas de izquierda y con un proyecto de “Socialismo estatal”, así como el del gobierno populista social-democrático de Carlos Andrés Pérez (Venezuela) y los del socialista Salvador Allende (Chile) y el del régimen político surgido de la Revolución cubana, influyeron decisivamente en el nacimiento y la consolidación de la ASL (Oyuela-Caycedo, et al, 1997). Dicho contexto permitió la formación y preparación de una serie de arqueólogos marxistas, los cuales en el marco de una situación política e intelectual más favorable para su actividad, lograron sentar las bases para el surgimiento de esta corriente arqueológica. En este sentido, el gobierno de aquellos países ejerció durante este periodo un importante impulso a la práctica de dichos arqueólogos, permitiéndoles ocupar espacios académicos de gran relevancia en universidades y en centros de investigación, facilitándoles así también el acceso a financiamiento y a una gran cantidad de recursos humanos e institucionales (Oyuela-Caycedo, et al, 1997). Precisamente, refiriéndonos al desarrollo de la ASL en Perú, podemos decir que:

“Como muchos otros discursos, dicha arqueología se desarrolló en una situación histórica que la condicionó. En el caso de la Arqueología Social Peruana (ASP), en sus inicios esta dependió material e ideológicamente del apoyo de un Gobierno Militar con características socialistas (Politis, 1995). De hecho, las principales posiciones académicas y de investigación fueron asumidas por arqueólogos simpatizantes de esos gobiernos, entre ellos Lumbreras (Oyuela-Caycedo et al. 1994: 367)” (Tantaleán, 2004: 2).

Fue justamente de la mano de algunos intelectuales que se beneficiaron de estas condiciones; como hemos dicho, la situación política internacional y nacional de los 70 y la aparición de una serie de gobiernos de izquierda en la región, las cuales eran favorables para su propia labor arqueológica, que la ASL tomó cuerpo. Aquello, sobretodo a partir de la labor que comenzaron a desarrollar los arqueólogos Luis Lumbreras (peruano), Mario Sanoja (venezolano) y Luis Bate (chileno), la cual alcanzó por estos años un importante grado de desarrollo. Fueron justamente la realización del Congreso internacional de americanistas, que se llevo a cabo en Lima durante el año 1970, así como la publicación de Arqueología como Ciencia Social (de Lumbreras) y Antiguas Formaciones y Modos de producción Venezolanos (de Mario Sanoja e Iraida Vergas), al igual que la llamada reunión de Teotihuacan, en 1975, los principales hitos fundacionales de esta corriente arqueológica (Tantaleán, 2004).

Ahora bien, en relación a los antecedentes de la ASL, estos se pueden encontrar, por un lado, en el influjo que tuvo sobre aquella la obra y el pensamiento del arqueólogo marxista europeo V.G.Childe [Ver “Referencias”] (Oyuela-Caycedo, et al, 1997). Así también, en el influjo que tuvo sobre la formación intelectual de Lumbreras, Sanoja y el grupo fundador de la ASL, el movimiento social y político del indigenismo [Ver “Referencias”], el cual fue una corriente de pensamiento que se dedicó (principalmente en Perú y en México) a idealizar el pasado prehispánico y que fue traducida a la práctica arqueológica por Luis E.Valcárcel, a comienzos del siglo pasado, y por el arqueólogo peruano Julio C.Tello, durante las primeras décadas del siglo XX (Tantaleán, 2004). En este mismo sentido, la influencia de la obra Indigenismo andino, de J.C.Mariátegui, fue también relevante. Tal y como plantea Tantaleán:

“Así pues, entre los antecedentes de los planteamientos de la ASL estuvieron por un lado, una ideología nacionalista y anticolonialista, como el Indigenismo y, por el otro una ideología claramente relacionada al capital internacional norteamericano [refiriéndose a la tradición de la arqueología histórico cultural]. En ambos casos, dichas ideologías fueron producidas, conducidas y asumidas por grupos de la burguesía intelectual nacional (como consecuencia de su privilegiada situación económica), bastante previa al surgimiento de los –arqueólogos sociales-. Con ese sustrato ideológico que tuvo como fundamento las contradicciones económicas y sociales, no transcurrió mucho tiempo antes de que se adoptarán perspectivas materialistas e históricas en algunos de los gobiernos que así lo posibilitaron” (Tantaleán, 2004: 3-4).

Finalmente, otro de los antecedentes intelectuales de la ASL lo constituyó el trabajo de elaboración que una serie de arqueólogos (interesados en las ideas marxistas) habían desarrollado en una serie de países de América Latina, con anterioridad al surgimiento de la ASL. En este sentido, uno de los ejemplos más importantes lo constituye el trabajo del arqueólogo cubano E.Tabío, quién en su libro Prehistoria de Cuba (publicado en 1966), se muestra interesado en el marco de análisis de la arqueología soviética [Ver “Definición de términos”] y por la obra de V.G.Childe (Tantaleán, 2004).

En líneas generales, los planteamientos teóricos y metodológicos de la ASL durante los años 70’s y hasta la primera mitad de la década siguiente, estuvieron representados en torno al trabajo fundacional de Lumbreras, Sanoja y el de los arqueólogos I.Vargas (venezolano) y J.Montané (chileno). Estos constituyeron una de las tendencias más importantes que se desarrolló (la más temprana) en el seno de la ASL (Rolland, 2005). La otra sería la que representaría el arqueólogo chileno Luis Bate (exiliado en México), dentro del llamado “Grupo de Oaxtepec”, el que se origina en el año 1983 y en el que también participa Lumbreras, Sanoja y Vargas, además de otros como Manual Gándara y Marcio Veloz (Tantaleán, 2004).

Con relación a la primera tendencia a la cual nos hemos referido, son el libro La Arqueología como Ciencia Social (1974), de Lumbreras, así como la edición del llamado “Manifiesto de Teotihuacan”, en 1976, las principales publicaciones que presentan la propuesta de la ASL como corriente arqueológica durante este periodo. Con relación a dicha propuesta, Jorge Rolland afirma:

“[…] Entre los arqueólogos de América Latina, encontramos, desde los años cincuenta y, más aún, desde los sesenta, la reivindicación de una arqueología social, que rechaza el positivismo [Ver “Definición de términos”], vive una experiencia política común latinoamericana y se ve progresivamente influida por el Materialismo histórico” (Rolland, 2005: 12).

Igualmente, refiriéndose acerca de las propuestas teóricas y metodológicas reunidas en la obra La Arqueología como Ciencia Social, Tantaleán plantea:


“Lumbreras esbozó en este libro un programa y un discurso arqueológico que principalmente intentaba desenmascarar a la -ciencia arqueológica burguesa y explotadora- y, -exigía un cambio de rumbo en la disciplina arqueológica como arma liberadora de las clases sociales oprimidas- (Lumbreras 1981: 6). Sin embargo, como el mismo confiesa (Lumbreras 1973: 9), este libro esta constituido por una serie de –trabajos experimentales- por lo cual no representa un texto homogéneo sino más bien un –intento de encontrar un método de análisis del proceso andino que explique las cosas coherentemente y sirva para ligar el pasado al presente de manera científica y significativa”. (Tantaleán, 2004: 6).

Desarrollando en este libro una serie de temáticas: entre otros, el problema del método, el objeto de estudio y los objetivos de la arqueología, así como algunas cuestiones en torno al concepto de “cultura”, al estudio de las “fuerzas productivas” y a la propuesta de una “Arqueología Social” en América Latina, este autor logra sentar aquí algunos de los planteamientos básicos de la ASL, por lo menos hasta los primeros años de la década de los 80’s.

A la vez, dichos planteamientos constituyen un punto de partida para el trabajo y la elaboración teórica de Lumbreras, la cual tendrá un importante desarrollo (aunque no siempre a manera de una evolución continua) durante los próximos años (Tantaleán, 2004). La publicación del “Manifiesto de Teotihuacan” (1976) y la del primer número de la Gaceta Arqueológica Andina (GAA) en Perú, en 1982, reflejaría en alguna medida la evolución teórica y metodológica del propio Lumbreras durante este periodo, así como también el de un sector importante de la ASL. En aquellas publicaciones:

“Lumbreras (1984), entiende que los elementos de la totalidad social [ósea, el sistema económico, social y político-cultural en su conjunto] están vinculados dialécticamente [Ver en “Definición de términos” el concepto de “Materialismo dialéctico”], de modo que la base o –ser social- y la superestructura se corresponden e interactúan [refiriéndose con el término de “base social” a la estructura económico-social de una sociedad dada, y asimilado el concepto de “superestructura” con el sistema político, ideológico y simbólico de la misma]. [Según Lumbreras] La tarea del arqueólogo no consiste únicamente en estudiar los objetos arqueológicos (-arqueografía-), sino en -reconstruir la cultura (…), para enriquecer nuestra imagen del proceso social y conocer sus leyes-; esto constituye a la arqueología como una ciencia social (Lumbreras 1984: 26-7). [Para Lumbreras] La representación del modo de producción como objeto de conocimiento [Ver en “Definición de términos” el concepto de “Materialismo histórico”], parte del estudio de la tecnología como representación o reflejo de la resolución de la contradicción entre los instrumentos y el objeto de trabajo (-dialéctica interna de las fuerzas productivas-), es decir, de la capacidad de una sociedad para adaptarse, controlar el medio y ahorrar energía (Lumbreras 1984: 53-64)” (Rolland, 2005: 12).

Según estas concepciones, el estudio de las formas de propiedad existentes en cada una de las sociedades, así como el estudio de la relación que se da entre estas y el desarrollo de las fuerzas productivas en el seno de las mismas, ocuparía un lugar central del análisis y la investigación arqueológica (Rolland, 2005). Es así que la investigación de la relación existente entre la sociedad humana y los medios de producción de esta, al igual que el estudio de las posibles relaciones de desigualdad social inferibles a partir de dichas relaciones, debería ser una preocupación central de la reflexión de la ASL. En esta corriente, los arqueólogos sociales deberían concentrarse en los contextos y en las distintas asociaciones presentes en el registro arqueológico, lo cual debería servir para una mejor caracterización de los distintos modos de producción en estudio, así como para una mayor comprensión de las distintas formas de desigualdad social existentes en el pasado (Rolland, 2005).

Como ya se ha mencionado, de manera paralela al desarrollo de estos planteamientos, la ASL se planteó desde un comienzo como una “disciplina científica al servicio del cambio social” (Lorenzo [Coord], 1979). Desarrollando el concepto de utilidad social, el grupo fundacional de la ASL nos plantea, en el llamado “Manifiesto de Teotihuacan” (en donde además se establece una primera sistematización del programa de investigación y de los marcos teóricos y metodológicos de la ASL), que:

“Dada la evidente realidad fundamental de este planteamiento, la disyuntiva ante los arqueólogos –y los demás científicos sociales- resulta muy clara y atañe a los criterios que deben normar el trabajo arqueológico, tanto en sus concepciones teóricas como metodológicas, para alcanzar fines muy concretos de utilidad social. A la Arqueología como -ciencia para el conocimiento del pasado- por el conocimiento mismo, sin tener en cuenta el –para qué- ni el –para quién-, se opone cada vez más la conciencia de que su –utilidad social- no debe ser sólo para placer de turistas, negocio de saqueadores, regodeo de coleccionistas privados, ni para llenar las bodegas de los museos nacionales y extranjeros. No basta afirmar –como algunos pretenden, a la luz del –cientificismo norteamericano- que la Arqueología es una técnica, o un conjunto de técnicas, para alcanzar un conocimiento del pasado y quedarse en meras descripciones prolijas y precisas; o bien, si el arqueólogo lo considerase oportuno y conveniente, aplicarles alguna de las teorías neos de interpretación, sin atender, ni poco ni mucho, al destino y la utilidad social que puedan depararse a las conclusiones” (Lorenzo [Coord], 1979: 82).

Refiriéndonos a otra de las tendencias más representativas que se han desarrollado al interior de la ASL, a partir de los primeros años de la década de los 80, podemos mencionar a la Arqueología social mexicana, encabezada por Felipe Bate (Rolland, 2005). La constitución de esta tendencia interna de la ASL, la cual ha tenido una importante difusión dentro de los sectores más proclives a las ideas de la ASL, tiene sus raíces, entre otras cosas, en la fundación del llamado “Grupo de Oaxtepec”, en 1983. Dicho agrupamiento, constituido por Lumbreras, Gándara, Sanoja, Veloz, Vargas y Bate, se originó a partir de un creciente descontento con los anteriores grupos de trabajo que habían liderado hasta ese entonces el desarrollo de la ASL (Tantaleán, 2004).

“Esta nueva época es denominada por Navarrete (1999: 89) como de –Refinamiento teórico-. Como describe Bate […] con respecto a este grupo de estudios marxistas: -Su marco teórico fue el materialismo histórico mientras sus métodos fueron derivados del materialismo dialéctico-. Asimismo, este grupo adoptó una posición crítica frente al Materialismo estructuralista francés (de Althusser y Godelier) tan popular en esos años, principalmente porque dicha –escuela- planteaba una división de la sociedad objeto de estudio (-totalidad social-) entre base económica y superestructura.” (Tantaleán, 2004: 5).

A partir de estos momentos, las elaboraciones de Bate y de su grupo de trabajo en México (los cuales han tenido una importante participación en el Boletín de Antropología Americana, el cual ha servido como medio difusor de sus planteamientos) han intentado desplegar una mayor amplitud (y profundidad) al nivel de la discusión epistemológica al interior de la ASL [Ver “Referencias”], intentando una mayor problematización de la relación entre el marco teórico del Materialismo histórico y su aplicación al estudio y a la interpretación del registro arqueológico. El objetivo de lo anterior ha sido la crítica, y el abandono, de un criterio mecánico-economicista estrecho en la reflexión arqueológica [ósea, un criterio que tiende a interpretar los distintos aspectos de la realidad social casi exclusivamente, aunque no únicamente, a partir de sus características económicas, sin tomar en cuenta la influencia que pudieran tener los factores políticos, culturales o ideacionales en la constitución de las sociedades humanas del pasado]. Así lo constata Rolland, cuando afirma que:

“L.F.Bate (1998) representa otra de las tendencias del grupo [refiriéndose a la ASL]. Su elaboración está marcada por una crítica radical al positivismo, que le conduce a defender que los presupuestos metodológicos [es decir, los distintos métodos que ocupa la Arqueología para el conocimiento del pasado] dependen de los ontológicos [ósea, los criterios mediante los cuales se define la naturaleza del objeto de estudio de la Arqueología, las distintas sociedades o culturas del pasado…Ver “Definición de términos”]. Como éstos son los que establecen el nexo entre la realidad pretérita aparente (constatada en los datos) y nuestro presente, se hace necesaria la reflexión sobre la –cadena genética de la información arqueológica- [Ver en “Referencias” los artículos de Bate], en cuanto a la teoría sustantiva (teoría de la historia) y a las teorías mediadores, que se ocupan de los procesos de formación, transformación y presentación de los contextos arqueológicos y de la producción y presentación de la información arqueológica (Bate, 1998: 135-9 y fig. 3.1)” (Rolland, 2005: 12).

En términos generales, Bate intenta una aplicación no-estructuralista y dialéctica del materialismo histórico en la reflexión arqueológica. Para este, dicho marco teórico permitiría a la Arqueología dar cuenta del carácter complejo de la realidad social en el pasado (Rolland, 2005). Esto último, sobre todo a partir de la aplicación del concepto de “sociedad concreta” (identificándolo al de “totalidad social”), así como también a partir de la descomposición de dicho concepto en las categorías de “formación económico-social”, “modo de vida” y “cultura” (Rolland, 2005).

“En la primera aparece [refiriéndose a la definición de –sociedad concreta-], por un lado, una existencia objetiva, que es la del –ser social- [ósea, la sociedad en su conjunto] y que describe las relaciones materiales establecidas entre los seres humanos para la reproducción social, y, por otro, una –conciencia- social e institucional, que es la de las –superestructuras- [o bien, dicho de otros modo, el aspecto político e ideacional, simbólico, de cada una de las sociedades humanas]. La formación social se ve determinada por la primera en la medida en que en el seno del modo de producción se desarrollan las contradicciones fundamentales, en torno a la lucha entre fuerzas productivas y relaciones de producción (Bate, 1998: 58, 103). No obstante, Bate (Bate, 1998: 63, 65) reconoce que en la práctica del ser social intervienen complejamente las superestructuras [como dijimos, los factores políticos e ideológicos, subjetivos, de la sociedad], como la conciencia, la afectividad y, sobre todo, la institucionalidad, que es la que dicta normativamente la reproducción social, de modo que puede ser en su propio terreno (sobretodo en el del Estado) en el que se opere la lucha por la transformación social en las sociedades clasistas no capitalistas, en función, eso sí, de la posición que ocupen los agentes en las relaciones sociales de producción.” (Rolland, 2005: 12-13).

Sobre lo mismo, según Bate, el estudio del desarrollo de las fuerzas productivas en Arqueología debe conectarse a la investigación de las características particulares de cada sociedad en concreto, y no con arreglo a unas supuestas fases o etapas generales de la evolución histórica. En otras palabras:

“[…] Bate defiende que los desarrollos de las fuerzas productivas, por ejemplo a propósito de la “revolución tribal” [Ver en “Referencias” los artículos de Bate], expresados en una magnitud, deben ser estudiados y explicados con arreglo a su correspondencia con las cualidades fundamentales de la sociedad implicada (propuestas desde la teoría), lo que supone rechazar un evolucionismo unilineal [Ver en “Referencias”] que haga del crecimiento de las fuerzas productivas un desarrollo inmanente. Ello nos exige en cada investigación histórica, dar cuenta del nivel fenoménico o de máxima singularidad (la cultura) y de su conexión con el de máxima generalidad (la formación económico-social) a través de la categoría de –modo de vida-.

Por último, podemos afirmar que aún cuando hallan existido diferentes tendencias al interior de la ASL; como hemos dejado dicho, la más temprana, constituida por el grupo de Lumbreras, Sanoja, Vargas y Montané (y que alcanza su mayor desarrollo durante los años 70, hasta los primeros de la década siguiente), y la que representa el arqueólogo Felipe Bate, sobre todo a partir de mediados de los años 80’s hasta hoy, además de las más recientes (las cuales se plantean una revisión crítica de varias aspectos del desarrollo de la ASL como corriente), es posible encontrar una serie de características generales que la identifican de conjunto. Estas características, como las define el arqueólogo T.C.Patterson, según el artículo de Augusto Oyuela-Caycedo, et al., podrían resumirse en: 1-Una perspectiva teórica y metodológica anclada en el Materialismo histórico y en el Materialismo dialéctico, 2-La identificación de la Arqueología como una Ciencia social, 3-la utilización de ciertas categorías de análisis marxista para la interpretación del pasado, entre otras las de “formación socio-económica” y “modo de producción”, 4-una perspectiva crítica ante la Arqueología tradicional, identificando los intereses de clase que existen atrás de una y otra corriente, y planteándose la necesidad de una “Arqueología comprometida con las luchas de los trabajadores y el pueblo” y 5-la necesidad de una perspectiva multi-disciplinaria en el estudio del pasado.



Referencias Bibliográficas.

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Tantaleán, H. 2004. “La Arqueología social peruana: ¿Mito o realidad?”. Artículo aparecido como: L’Arqueología Social Peruana: ¿Mite o Realitat?. Cota Zero (19): 90-100. Vic. España.

¿Cuál ha sido la importancia que ha tenido esta corriente teórica para la práctica arqueológica en Latinoamérica?

Podemos plantear que la importancia que ha tenido la ASL en nuestro continente es aceptada por el conjunto de la comunidad arqueológica. Incluso aquellos que discuten en torno a la real magnitud de su influencia: por ejemplo, Henry Tantaleán (Tantaleán, 2004), Augusto Oyuela-Caycedo, Armando Anaya, Carlos G.Elera, Lidio M.Valdéz (Oyuela-Caycedo, et al., 1997) y otros, reconocen el peso que ha tenido la ASL en cuanto al desarrollo del pensamiento y la práctica arqueológica en una serie de países latinoamericanos. Aquellos autores, y así lo plantean en sus distintos artículos [Ver sus artículos en “Referencias”], antes que negar la existencia o la importancia que ha tenido la ASL, lo que hacen es discutir la real influencia que dicha corriente ha tenido en la evolución de la Arqueología latinoamericana, principalmente en los países en que esta ha tenido un mayor peso. Para otros arqueólogos, en cambio, la ASL ha tenido un profundo y duradero impacto en el desarrollo de la Arqueología en este continente. Es el caso, entre otros, del connotado arqueólogo norteamericano T.C.Patterson. De hecho, para este, la ASL ha constituido una de las principales escuelas arqueológicas que se hayan desarrollado en nuestros países, influyendo en el desarrollo del conjunto de la Arqueología en América latina (Oyuela-Caycedo, et al., 1997).

En términos generales, podemos visualizar la importancia que ha tenido la ASL en la Arqueología latinoamericana a partir del análisis de una serie de dimensiones, cada una con sus características específicas. Por un lado, la difusión y el impacto que ha tenido su discurso científico, entendiendo por “discurso científico” a la serie de planteamientos que tienen que ver con el ¿Para qué? y el ¿Porqué? de la producción de conocimiento. Por otro lado, la importancia de la ASL en América latina puede también ser analizada a partir de una mirada al desarrollo de su teoría y a su propia práctica arqueológica. Finalmente, dicha importancia puede ser medida en relación del desarrollo académico-institucional que ha alcanzado esta corriente, sobre todo en aquellos países en que la ASL ha tenido una mayor presencia.

Ahora bien, con respecto al primer punto; es decir, al nivel de la difusión e impacto que ha tenido su “discurso científico”, se puede afirmar que este ha tenido una importante repercusión al nivel de una mayor problematización alrededor del sentido de la práctica de la Arqueología en Latinoamérica. En otras palabras, la propuesta de una Arqueología “comprometida” con los procesos sociales de cambio, y que se plantea en un sentido crítico en relación de otras corrientes arqueológicas, supuestamente promotoras de intereses sociales y políticos ligadas al colonialismo económico y a la explotación de los pueblos latinoamericanos, ha logrado influenciar fuertemente la “ubicación intelectual” de una gran cantidad de arqueólogos en las últimas décadas (Benavides, 2001). De hecho, la ASL ha sido la primera corriente arqueológica en Latinoamérica que se ha planteado, entre otras cosas, una profunda discusión en torno al problema de los intereses sociales y políticos que se encuentran (muchas veces solapados) atrás del quehacer cotidiano de las disciplinas arqueológicas (Lorenzo [Coord], 1979). En este sentido, su crítica a las distintas formas de “Arqueología tradicional”; incluyendo aquí a la Arqueología histórico-cultural y a la Nueva Arqueología, así como también su rechazo del neopositivismo y del cientificismo, ha alcanzado una gran repercusión en la evaluación de los cánones académicos con que frecuentemente se ha legitimado la producción de conocimiento en Arqueología. Y es que las distintas corrientes arqueológicas que se han desarrollo en América Latina, ya sean las que han tenido algún grado de acercamiento con la ASL, como también aquellas que la han rechazado de plano, han tenido que dar cuenta de dichas discusiones. En otras palabras, pensamos que el impacto que ha tenido el discurso científico de la ASL ha sido una de sus influencias más importantes, y extendidas, en el campo del desarrollo de la Arqueología latinoamericana. Por otro lado, sin embargo, reconocemos que dicho impacto no ha sido homogéneo, ni temporal ni espacialmente. Efectivamente, aquel se habría desarrollado, sobretodo, durante los años 70’s y durante los primeros de la década siguiente, de manera paralela al fortalecimiento de una serie de importantes procesos revolucionarios, disminuyendo notablemente a partir de la segunda mitad década de los 80’s y sobre todo a partir de los años 90’s, de la mano de la instauración de los planes neoliberales en la región (Oyuela-Caycedo, et al., 1997). Igualmente, dicho impacto se habría dado mayormente en los países en que habrían llegado al poder una serie de gobiernos de izquierda, simpatizantes de las ideologías marxistas: principalmente en Perú, México, Venezuela y Cuba, siendo mucho menor su importancia en otros países de signo político “más tradicional” (Oyuela-Caycedo, et al., 1997).

Con relación a la importancia que ha tenido el desarrollo teórico-metodológico de la ASL en América Latina, así como también con respecto a la repercusión que ha tenido su propia práctica arqueológica, se puede afirmar que su importancia ha sido también relevante, aunque igualmente irregular y tan solo en algunos países (Oyuela-Caycedo, et al., 1997). Por una parte, es claro que el intento de esta corriente por desarrollar una propuesta teórica a partir de las perspectivas del Materialismo histórico, ha tenido una amplia difusión continental. Y que las obras de los principales exponentes de la ASL son conocidas, y leídas, en la mayoría de las Universidades en Latinoamérica (Oyuela-Caycedo, et al., 1997). En este sentido, los trabajos de Lumbreras, Bate, Sanoja, Vargas y Montané, entre otros, han sido ampliamente conocidos y estudiados (en mayor o menor grado) por el conjunto de la comunidad arqueológica latinoamericana, independientemente de si sus planteamientos hallan sido o no tomados en cuenta (Benavides, 2001). Así mismo, en el campo del desarrollo de la práctica arqueológica misma, podemos afirmar que las principales propuestas metodológicas de esta corriente, sobre todo las de Lumbreras y Bate (Rolland, 2005) han tenido una difusión similar. Nuevamente, independientemente de si aquellas hayan sido tomadas, o no, por las distintas asociaciones de arqueólogos en el continente. Ahora bien, al igual que en el caso del impacto que ha tenido el discurso científico de la ASL, aunque en este caso ya en un menor grado, la influencia que ha ejercido el desarrollo teórico y metodológico de la ASL en la práctica arqueológica en Latinoamérica ha sido desigual. Aparte de los países que hemos mencionado: Perú, México, Venezuela y Cuba, la adopción de teorías y de una cierta metodología de investigación arqueológica provenientes de la ASL, ha sido limitada o más bien nula (Oyuela-Caycedo, et al., 1997). Es más, incluso en los países en que la ASL ha tenido una mayor presencia: por ejemplo, Perú y México, el impacto teórico y metodológico de la ASL ha tenido importantes limitantes (Oyuela-Caycedo, et al., 1997).
En el caso de Perú, por ejemplo, la práctica arqueológica de la ASL se ha visto en gran medida debilitada, sobre todo a partir de los años 90’s. Aquello se ha visto reflejado, entre otras cosas, en la evolución de la producción de conocimiento arqueológico en dicho país, con una creciente tendencia a la preeminencia de una investigación e interpretación arqueológica de corte histórico-cultural y procesual (Tantaleán, 2004), en desmedro de la producción arqueológica marxista. Dicha tendencia ha influenciado de tal manera el desarrollo de la ASP (Arqueología social peruana), que la propia Gaceta Arqueológica andina (GAA), uno de los órganos de difusión más importantes de la ASL, ha visto una merma importante de las publicaciones inspiradas en un marco teórico y metodológico materialista histórico, y la inclusión cada vez mayor de una serie de artículos escritos por arqueólogos histórico-culturales y de otras tendencias teóricas (Tantaleán, 2004). Dentro de lo mismo, y en parte debido a la propia evolución política nacional (la cual experimentó un importante giro a derecha a partir de la segunda mitad de la década de los 80, con la irrupción de una serie de gobiernos de corte neoliberal y en el marco de la aparición de una serie de grupos terroristas de izquierda), el propio grupo de arqueólogos peruanos seguidores de Lumbreras se vio fuertemente disminuido, emigrando la mayoría de aquellos a otras escuelas de pensamiento arqueológicos, y poniendo en entredicho la existencia misma de la ASL en Perú, uno de sus países fundadores (Tantaleán, 2004).

Por otro lado, con relación al impacto del desarrollo de su práctica arqueológica; es decir, el impulso de programas y proyectos de investigación y la publicación de sus resultados, la situación de la ASL en Latinoamérica ha tenido aún mayores limitantes (Oyuela-Caycedo, et al., 1997). En la mayoría de los países de América Latina su producción ha sido más bien escasa, incluso en algunos países como Perú, donde (como hemos dicho) ha seguido predominando una fuerte perspectiva histórico-cultural (Tantaleán, 2004), y en donde el principal órgano de difusión de la ASL, la Gaceta Arqueológica Andina, se ha visto fuertemente influenciada (como ya dijimos) por perspectiva ajenas a la de dicha corriente (Oyuela-Caycedo, et al., 1997). Igualmente, en el caso de México, aunque con una producción arqueológica mayor, aquella se ha encontrado lejos de alcanzar una situación prominente al nivel del conjunto de la labor arqueológica nacional, manteniéndose en una situación más o menos secundaria (Oyuela-Caycedo, et al., 1997).

En conclusión, podemos afirmar que la repercusión que ha tenido el desarrollo teórico-metodológico de la ASL, así como el despliegue de su práctica arqueológica, al igual que en el caso del impacto de su discurso científico, ha sido más importante durante la década de los 70’s y durante los primeros años de la década siguiente, disminuyendo en los años posteriores. El estallido, la evolución y la derrota de una serie de procesos sociales de cambio, impulsados por los sectores populares en Latinoamérica, así como la contra-ofensiva neoliberal posterior y la irrupción de nuevos sistemas teóricos (el post-modernismo, entre otros), han tenido (como hemos dicho) una profunda implicancia en esto último.

Finalmente, con relación al impacto del desarrollo académico-institucional que ha tenido la ASL desde su nacimiento hasta hoy, creemos que aquel también se ha visto influenciado por el desarrollo político particular de la realidad social latinoamericana (Oyuela-Caycedo, et al., 1997). Por un lado, notamos un importante desarrollo institucional de esta corriente en algunos países durante la década de los 70’s y los primeros años de la década siguiente. El rol de Lumbreras en Perú y el de Bate en México durante los años 70´s y 80´s, el primero a cargo de una serie de espacios de relevancia dentro de la institucionalidad académica peruana, así como su labor directiva en la Gaceta Arqueológica Andina, darían cuenta de dicho desarrollo. Así también, notamos una importante disminución de aquella influencia institucional, sobre todo a partir de la segunda mitad de los 80’s y especialmente a partir de los 90´s (Oyuela-Caycedo, et al., 1997). Y es que en este nivel (el ámbito institucional-académico), más claramente que en otros, podemos concluir que la ASL no ha dejado de ser una corriente marginal, sin duda por el ideario político que la ha caracterizado. Este último, sin duda, ha representado (y representa) una importante amenaza para la reproducción de las castas académicas tradicionales, así como también un peligro para el positivismo y cientificismo que ha caracterizado históricamente a la mayoría de los espacios académicos en nuestro continente.


Referencias Bibliográficas.

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Arqueología Social Latinoamericana: Aportes, potencialidades y críticas.

Para finalizar esta sección en torno a la ASL, intentaremos realizar un pequeño balance acerca de los aportes de esta corriente al desarrollo de la Arqueología latinoamericana, así como también en relación de sus posibles potencialidades como corriente arqueológica. Finalmente, diremos algo en relación de las posibles deficiencias que ha presentado el cuerpo teórico y metodológico de la misma, a la luz de algunas de las críticas que una serie de autores han elaborado (en los últimos años) con respecto a esta.

En primer lugar, con relación a lo que podrían considerarse algunos de los más importantes aportes de la ASL, podemos afirmar que la utilización de algunas categorías como las de “modo de producción”, “formación económico-social” y “sociedad concreta”, así como también otras de las definiciones características del Materialismo histórico y del Materialismo dialéctico, han significado una importante contribución para el desarrollo de la investigación y reflexión arqueológica latinoamericana (Oyuela-Caycedo, et al., 1997). Dichas categorías han sido utilizadas para la elaboración de una serie de importantes re-interpretaciones del registro arqueológico, con respecto al estudio de una serie de sistemas sociales pasados y de sus respectivas dinámicas históricas. Es más, dichas definiciones han tenido una gran incidencia en una importante cantidad de investigaciones en torno a los más diversos problemas de investigación arqueológica: la utilización del concepto de “Revolución neolítica” y de “Revolución urbana” [Ver en “Referencias” los textos relacionados con V.G.Childe], en el caso del estudio del proceso de complejización social creciente de las sociedades arcaicas y el inicio de la domesticación de plantas y animales, así como en el del origen de la civilización en América, son algunos de aquellos (Bate, 1998). En este sentido, la utilización del análisis marxista en el campo de la investigación y la reflexión arqueológica, no solo se ha remitido a los trabajos iniciales de Lumbreras o Sanoja, en el caso del desarrollo y la evolución histórica de los distintos modos de producción en Perú o Venezuela (Oyuela-Caycedo, et al., 1997), sino que ha tenido además una importante continuidad hasta nuestros días. Los aportes teóricos y metodológicos de Bate al estudio de la Prehistoria americana (entre otras cuestiones, los conceptos de “sociedad concreta” o “modo de vida”), así como la labor de otros arqueólogos como Gándara en torno a ciertas reflexiones de orden epistemológico e investigativo (Rolland, 2005), demuestran, precisamente, aquella continuidad del desarrollo de la práctica arqueológica de la ASL en nuestro continente. Igualmente, la producción científica de otros arqueólogos marxistas como T.C.Patterson; por ejemplo, en relación del estudio del surgimiento de la civilización en América, demuestra las vastas potencialidades que podría llegar a tener en el presente el desarrollo de la Arqueología marxista en nuestros países.

Dentro de lo mismo, el novedoso (y contestatario) planteamiento de una “Arqueología comprometida”, crítica de los modelos positivistas y cientificistas de producción de conocimiento, ha constituido una provocadora invitación al re-planteamiento de la disciplina arqueológica en el continente (Lorenzo [Coord], 1979). La problematización que la ASL ha iniciado en cuanto al sentido social de la labor del arqueólogo (Lorenzo [Coord], 1979), ha estado (y está) lejos de cerrarse. No se puede descartar que, en la medida en que las luchas sociales y los procesos revolucionarios que tradicionalmente se han dado en América se desplieguen nuevamente (como parecen comenzar a desarrollarse, y a pesar de algunos sectores, al calor de la actual realidad política latinoamericana), aquella discusión se reavive. Y que tenga en la ASL una de sus principales protagonistas.

Ahora bien, por otro lado, la ASL ha sido blanco de una serie de importante críticas. Muchas de ellas, inspiradas bajo criterios netamente políticos, y con un marcado signo cientificista, conservador y anti-marxista. Muchas de aquellas, también, en gran medida justas. Deteniéndonos en relación de estas ultimas (las primeras no nos interesan aquí), podemos destacar aquellas que denuncian, por un lado, una escasa problematización teórica y metodológica de la ASL (Oyuela-Caycedo, et al, 1997). Es decir, aquellas críticas que hacen hincapié en la cierta incapacidad que ha mostrado la ASL para trasladar su elaboración teórica-epistemológica al campo de la investigación arqueológica misma. Precisamente, refiriéndose a esto último; es decir, al importante vacío existente este ámbito (ya desde los primeros momentos de existencia de esta corriente), Tantaleán nos plantea que:

“Queda claro, a la luz de este libro [refiriéndose a La Arqueología como Ciencia Social], que Lumbreras tenía bastante interiorizada la teoría y el método del materialismo histórico. También tenía bastante clara la perspectiva dialéctica de la realidad social y su representación. Sin embargo, la manera de llevarla a la práctica es un elemento inexistente en dicho documento, quizá, como consecuencia de su carácter de manifiesto primigenio de esta nueva forma de observar la materialidad social” (Tantaleán, 2004: 8).

Más adelante, hablando también acerca de la escasa traducción metodológica e investigativa que, según Tantaleán, ha existido entre el campo de la teoría arqueológica marxista y su producción científica, este nos dice [en visión retrospectiva] que esta:

“necesita redefinirse y llegar a realizarse mediante una praxis que sea coherente con sus ideales y retórica. Estos últimos, por el momento, son más significativos que su materialización en casos concretos de estudio (Politis, 2003: 251) y, sobre todo se necesita desplegar una teoría de la observación arqueológica a partir de las líneas fundamentales del materialismo histórico: una verdadera epistemología materialista histórica” (Tantaleán, 2004: 10).

Igualmente, refiriéndose a los factores que han limitado, y en gran medida ¿abortado?, el desarrollo de la ASL, una serie de arqueólogos se refieren a esta misma cuestión en los siguientes términos:

“A second limiting factor is that the generation of students who were influenced by the social archaeologists of the 1970s and early 1980s became dissatisfied with the lack of a bridge between the “theory” (epistemology) and the practice of doing archaeological research. The social archeologists argued for the use of dialectic materialism as a theoretical approach to archaeology. In practice, however, the norm was the production of archaeological reports without any particular theoretical focus. In other words, the social archaeologists spoke and wrote about the epistemology of archaeology in marxists terms but continued to produce archaeological research that did not depart from culture history” (Oyuela-Caycedo, et al., 1997: 372).

Por otro lado, podemos referirnos también a aquellas críticas que dicen relación con la existencia de un análisis mecánico-economicista y esquemático de interpretación arqueológica. Lo anterior, al nivel de los principales exponentes de la ASL, especialmente en la tendencia representada por el grupo de Lumbreras (Tantaleán, 2004). Dicha críticas, como hemos dicho, se refieren al peso que ha tenido en la ASL un enfoque interpretativo economicista estrecho. Es decir, un enfoque que establece una relación en donde la economía juega un papel determinante, casi sin contrapesos y sin tomar en cuenta la importancia de los factores políticos e ideológicos, en la explicación de los sistemas culturales del pasado (Oyuela-Caycedo, et al, 1997). Según Tantaleán, al interior de la ASL, pero sobre todo en Lumbreras:

“se observa una perspectiva materialista histórica bastante esquematizada y mecánica, producto de la lectura de autores influenciados por el materialismo histórico como el australiano Gordon Childe y el peruano Emilio Choy (por ej. Choy, 1960) los mismos que a su vez se asientan en las ideas originales de Morgan (1877) y Engels (1884). Obviamente, existe un fuerte evolucionismo social producto de estas fuentes. De hecho, el articulo más significativo por la presencia de evidencia material (principalmente fechados radiocarbónicos) titulado La Evidencia Etnobotánica en los Orígenes de la Civilización utiliza el esquema morganiano de Salvajismo, Barbarie y Civilización (Lumbreras, 1974: 177) el mismo que se aplica directamente sobre la endeble evidencia arqueológica disponible en aquellos años” (Tantaleán, 2004: 7).

Finalmente, se pueden traer a colación aquellas críticas que dicen relación con el carácter supuestamente trans-histórico del método tradicional de análisis marxista, el cual sería ampliamente utilizado por la ASL y sus principales figuras. Según quienes plantean este tipo de posiciones, seria necesario una mayor problematización de algunas categorías claves del análisis materialista histórico; por ejemplo, las categorías de trabajo y modo de producción, las cuales serían entendidas muchas veces, dicen, de acuerdo a la definición de aquellas tal y como Marx las concibiera para las sociedades capitalistas, y no en relación a sus específicas características socio-históricas y culturales (Rolland, 2005). Exponiendo algunas ideas para la elaboración de una propuesta arqueológica basada en una lectura alternativa del Materialismo histórico (que definen como -no esencialista- y -no determinista-) [Ver el artículo de Jorge Rolland, en “Referencias”], Rolland afirma:

“Nosotros defendemos una lectura de Marx a la luz de un marco teórico concreto […]. Como consecuencia de este marco teórico planteamos otra relación entre el marxismo y la arqueología […] Su consecuencia principal es que el axioma histórico, proclamado en nombre de Marx, de la determinación económica de las formas sociales, en el que el trabajo juega un papel central en la estructuración de cualquier práctica y representación social y en el que la escisión entre producción y distribución tiene una validez antropológica para medir, respectivamente, los elementos permanentes y esenciales, por un lado, y los cambiantes o formales, por otro, se transforma radicalmente. La implicación política de esta perspectiva resume en la búsqueda arqueológica de los determinantes históricamente específicos de las formas sociales y las formas de poder […]. [En otras palabras, se] incorpora una ontología contraria al esencialismo […] Por otro lado, [esto implica] que una de las lecturas más comunes de Marx, la que convierte al trabajo en el determinante de la formación de las sociedades a lo largo de la historia, responde a un discurso específico, que puede ser estudiado en función de los contextos y motivaciones en que se creó y desarrolló, y que puede ser rebatido desde otros planteamientos como el que aquí defendemos”. (Rolland, 2005: 14-15).

Por último, reafirmando su propia definición de la categoría de trabajo, en oposición a la definición marxista tradicional de la misma (ocupada por la ASL como una de sus categorías bases), este mismo autor nos señala que:

“En cuanto a la forma de aparecer que tiene el trabajo, en las sociedades no capitalistas parece que las actividades productivas y sus resultados determinan las relaciones sociales. Los resultados del trabajo nunca son meros objetos, sino que están infundidos de significados (simbolismo) y de ese modo se asume que son ellos los que determinan la posición social, la definición étnica, etcétera, cuando en realidad son las relaciones sociales las que constituyen estos resultados del trabajo de un modo tan significativo. Esto indica, por tanto, que el trabajo no constituye la sociedad en las sociedades no capitalistas, sino, al revés, se ve constituido por ellas, pese a las apariencias […] esto exige entender que, en el momento en que nos desplazamos a otros momentos históricos, el objeto de conocimiento que perseguimos, por ejemplo la organización del trabajo en torno a la minería y metalurgia de la Edad del Bronce en Eurasia, no puede explicarse en función de una esencia o categoría pretendidamente neutral como “la organización del trabajo” y de la forma que adquiere. Es preciso entenderlo históricamente, es decir, teniendo en cuenta las relaciones concretas de alteridad que en realidad dotan de existencia histórica al objeto de conocimiento al que aludimos con nuestras categorías, y que existen independientemente de nosotros” (Rolland, 2005: 18-19).



Referencias Bibliográficas.

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